Nuestra Esencia
Cómo comenzó todo …
En la calle donde yo vivía, había un puesto de relojero en la esquina…
Los chicos del barrio solían asomar la cabeza por la puerta para ver al jorobado que se escondía detrás de un mostrador con una enorme lupa sobre su ojo derecho. Él los echaba profiriendo una vieja maldición a la par que sermoneaba a una señora por haberse bañado con su reloj de pulsera. Tenía mal carácter y un aspecto siniestro, sin duda, pero todo el mundo, incluso gente que no era del barrio, acudía a él para que sus relojes estropeados, algunos parados desde hacía varios años, volvieran a funcionar.
Un día asomé mi cabeza por su puesto de relojero. Acababa de cumplir ocho años y me habían regalado mi primer reloj. Me empeñé en llevarlo al colegio para enseñárselo a mis compañeros de clase. Algunos de ellos tenían el mismo reloj. Por fin yo también tenía uno, aunque con tal mala fortuna que, a los pocos días, me caí jugando y el reloj se rompió haciéndose añicos. Vagué por las calles intentando encontrar una tienda donde comprar el mismo reloj, pero no tenía suficiente dinero. Recordé entonces al relojero y pensé que, quizá, él podría arreglarlo.
Cuando el relojero escuchó el tintineo de la campanilla que golpeaba la puerta, me dirigió cuatro exabruptos mientras se retorcía como una gárgola:
“¡Lárgate, si no quieres que todos los diablos se te lleven de aquí!”
Me armé de valor y me aproximé al mostrador. El me miró con el ojo izquierdo- el derecho, monstruoso detrás de la lupa, no perdía de vista el reloj que estaba arreglando- y me preguntó si venía a ver su joroba. Le dije asustado que no con la cabeza y enseguida le enseñé el reloj que llevaba en el bolsillo.
El relojero tomó el reloj con sus grotescas manos y lo colocó delicadamente sobre un tapete. Le dio unas cuantas vueltas, lo destripó como un cirujano para ver en qué estado se encontraba la maquinaria y se deshizo de los fragmentos rotos. Acto seguido abrió un cajón del mostrador y empezó a sacar pequeñas piezas. Me explicó la historia de cada una de ellas mientras me pedía que eligiera entre las manecillas de un reloj de aviador y las de uno de carreras, entre la esfera de un pequeño reloj de bolsillo y la que había pertenecido al ejemplar de un pariente lejano.
Me impresionó cómo sus manos eran capaces de manipular un diminuto destornillador para desenroscar tornillos del tamaño de una cabeza de alfiler. Sorprendentemente sus manos eran rápidas y ágiles como las de un mago. Cuando terminó de colocar las piezas una a una, el relojero me anunció que había llegado el momento decisivo. Y me acercó el reloj a la oreja: Un suave tic -tac me indicó que volvía a marcar el tiempo. Después lo puso otra vez sobre el tapete y me preguntó qué me parecía el resultado. Yo no sabía qué decir, ese reloj ya no era como el de mis amigos.
“Verás”
me dijo mirándome fijamente con su ojo deforme,
“ahora, este reloj no sólo es diferente sino que es único y especial. ¿Y sabes por qué? Porque tú has ayudado a crearlo”
He tenido muchos relojes en mi vida porque siempre me han fascinado esas extraordinarias maquinarias que pueden atrapar el tiempo, pero aprendí del relojero que la exclusividad no es lo que cuesta más sino lo que es único y personal.
Sobre esta base, ha nacido UNITY, para que…